¡Disfrutamos de La Mancha!

¡Mira cómo nos lo pasamos!

¡Gran día con vstromers!

El pasado fin de semana, tuvimos la oportunidad de descubrir el corazón de La Mancha de una forma diferente junto a Gustavo Cuervo, roadloader de excepción y amante de las rutas con alma.

El punto de encuentro fue el encantador Hotel La Vida de Antes, en Consuegra (Toledo). Allí, entre cafés y una gran conversación, se comenzó a respirar ese ambiente especial que solo se da cuando hay ganas de disfrutar, curvas por delante y buena compañía.

La primera parada no tardó en llegar: los molinos de Consuegra, guardianes de piedra de la llanura manchega, nos dieron la bienvenida con sus aspas recortadas contra un cielo limpio y prometedor. Desde allí, el grupo puso rumbo a Campo de Criptana, donde otros molinos esperaban, envueltos en el mismo aire cervantino que parecía acompañarnos a cada kilómetro.

La ruta, de unos 400 km, serpenteó por un mar de tierras ocres, viñedos interminables y pueblos que parecen detenidos en el tiempo. El siguiente destino fue Belmonte, con su castillo majestuoso dominando el horizonte. Cada parada era un momento para disfrutar, estirar las piernas y compartir anécdotas con el casco en la mano y una sonrisa en la cara.

Ya con el mediodía llamando, la caravana rodó hasta Cuenca, donde esperaba una merecida pausa y una comida espectacular en el Asador María Morena, con un menú, contundente y sabroso y casero. Desde la terraza, con vistas a la ciudad colgada, el grupo compartió risas, fotos y planes.

Con energías renovadas, las motos rugieron de nuevo en dirección a Tarancón, última parada antes de emprender el regreso a Consuegra. El trazado, variado y fluido, permitió momentos de ritmo alegre y otros de contemplación, siempre con ese horizonte amplio y despejado que define el alma de La Mancha.

De vuelta en Hotel La Vida de Antes, el grupo cerró el día con una sensación compartida: había sido una jornada para el recuerdo. No solo por los paisajes y las curvas, sino por ese espíritu que une, conecta y deja huella.

Una vez más lo mejor no fueron los kilómetros recorridos, sino las vivencias compartidas en cada parada.