Agustí Carmona nos cuenta con detalle su aventura.

Partimos rumbo al Adriático en una cálida mañana de finales de julio. Sobre una Vstrom 650, cargada hasta los límites, viajamos Lidia y yo, Agustí Carmona, acompañados de un cúmulo de ilusiones y el material benéfico que he reunido durante los últimos meses. 

Este viaje tiene dos objetivos fundamentales. 

El primero, entregar un lote de material escolar en Tirana, la capital de Albania, donde la ONG Aldeas Infantiles nos espera con los brazos abiertos. El segundo, revivir la experiencia de mi primer gran viaje internacional, del cual se cumplen 20 años, y que tuvo como destino conocer Grecia. Este aniversario particular me brindará la oportunidad de observar los cambios que ha experimentado la sociedad griega en estas dos décadas. 

Con todo listo, emprendemos las primeras etapas de nuestro viaje, cruzando la tediosa, sofocante y, sobre todo, costosa autopista del Mediterráneo. Francia se convierte en el primer desafío a superar para alcanzar Italia, e Italia, a su vez, en el siguiente obstáculo para llegar a Eslovenia. 

Nos lleva dos días recorrer los primeros 1,400 kilómetros hasta el pequeño pueblo esloveno de Sežana, situado a pocos kilómetros de la frontera con Italia, donde descansamos tras la última jornada de largas distancias. A partir de este punto, la ruta se volverá más apacible, y dejaremos atrás las autopistas. 

Por la mañana, nos aguardan las impresionantes cuevas de Škocjan, un vasto mundo subterráneo, patrimonio de la humanidad, que evoca lo que debió imaginar J.R.R. Tolkien al describir las majestuosas minas de Moria en *El Señor de los Anillos*. Es un recorrido fascinante de tres kilómetros a través de galerías, pasadizos, grutas, estalagmitas, estalactitas e incluso algunas cascadas internas. 

Tras dos horas de exploración subterránea, emergemos nuevamente a la brillante luz exterior, a las 13:30 de una jornada radiante, inmersa en el verdor exuberante de estos parajes alpinos. 

Es el momento de cruzar toda Eslovenia, ya que hemos quedado con unos amigos para almorzar junto al lago de Bled, en la zona norte, casi en la frontera con Austria. Afortunadamente, las buenas infraestructuras del país, junto con la agilidad de la moto para sortear los atascos que, inevitablemente, se forman al acercarnos a las grandes ciudades, nos permiten llegar a tiempo y en poco más de una hora. 

Para nosotros, casi se ha convertido en una tradición detenernos en la cafetería CACAO, situada junto al río Ljubljanica y cerca del ayuntamiento, para disfrutar de uno de sus deliciosos chocolates deshechos. Hoy, frente a su extensa carta, he cerrado los ojos y dejado que el azar elija por mí una de las muchas opciones. 

La noche cae sobre nosotros y, tras la cena, regresamos al hotel para descansar. Hoy fue un día que prometía ser tranquilo pero en el que terminamos por recorrer unos 200 kilómetros, visitar unas cuevas y almorzar con amigos. 

El nuevo día amanece con la luz vibrante del verano que ilumina estos paisajes subalpinos. Nos esperan 225 kilómetros por carreteras secundarias que serpentean a través de frondosos bosques y pequeños pueblos eslovenos, llevándonos poco a poco hacia Croacia. A media mañana, alcanzamos el pequeño puesto fronterizo de Vinica, que nos permite cruzar el río Kolpa (o Kupa, en croata) y adentrarnos en tierras croatas. 

Durante los días siguientes, recorremos la costa de Croacia, disfrutando de sus caminos, su clima cálido y su gastronomía, mientras exploramos algunas de sus ciudades con marcado legado romano, como Split, ahora repletas de turistas italianos y alemanes. 

Desde este importante puerto adriático, nos desviamos hacia el interior, rumbo a Bosnia. Tras cruzar la frontera, dejamos atrás todo rastro de autopistas y nos adentramos en carreteras rurales hasta llegar al pueblo de Jablanica. Allí, un puente ferroviario destruido nos ofrece una escena digna de la película «El puente sobre el río Kwai». Desde ese punto, el cañón del río Neretva nos guía hasta Mostar, donde paseamos por las estrechas calles de su casco antiguo y presenciamos un salto desde su icónico puente. 

Nuestra jornada culmina en Dubrovnik, la perla del Adriático, donde la multitud habitual de agosto no logra restar encanto a su atmósfera medieval. Dominando sus murallas, la torre Minceta, con sus seis metros de espesor, deja claro que en la Edad Media no se lo ponía fácil a ningún invasor. 

Hoy en día, la invasión es de turistas, muy diferente a las bélicas de antaño, y la antigua Ragusa exhibe sus calles impecables, repletas de tiendas de recuerdos y restaurantes. Entre ellas, destaca la calle Stradun, su avenida principal, construida sobre un antiguo canal pantanoso para unir una isla con la península. Pavimentada con roca caliza, el constante tránsito de miles de personas le otorga un aspecto eternamente húmedo. 

A la mañana siguiente, con las imágenes de las callejuelas de Dubrovnik aún frescas en la memoria, retomamos nuestra vida nómada, esta vez rumbo a Montenegro. La carretera, estrecha y serpenteante, se abre paso entre abruptos acantilados y un Mediterráneo en calma absoluta, guiándonos hacia una de las maravillas naturales más desconocidas del Adriático: la bahía de Kotor, el único fiordo del Mediterráneo. 

Aunque la ciudad de Kotor es fascinante por su entramado laberíntico de calles, es desde las alturas donde revela su máximo esplendor, conservando mucho del encanto legado por el Imperio Veneciano. El mirador, al que se puede ascender a pie si uno está en buena forma, se convierte en un privilegio accesible gracias a nuestra moto, que nos permite llegar sin esfuerzo. Desde aquí, la vista del fiordo y la disposición de las calles se despliegan en todo su esplendor, alejándonos del bullicio de los turistas que recorren la ciudad con prisa. 

Nuestro recorrido continúa hacia Budva, otro de los importantes centros turísticos de Montenegro. Entre los montenegrinos, Budva es aún más popular que Kotor, y aquí pasaremos la noche, cenando en un pequeño restaurante con vistas al mar. A veces, es necesario disfrutar de algún pequeño lujo, y Budva es el lugar ideal para ello. 

Seguimos nuestro camino por la costa sur de este pequeño país, recorriendo carreteras estrechas y pasando por pintorescos pueblos, mientras comentamos cómo, con cada curva, nos acercamos más y más a Albania. 

Curiosamente, aunque ambos países están vinculados al mar adriático, su frontera se encuentra a unos 30 kilómetros tierra adentro, obligándonos a desviarnos si queremos cruzarla. Una carretera estrecha y solitaria nos lleva hasta Albania, donde continuamos hacia Shkodër, una ciudad situada junto al lago Skadar. Con un poco de imaginación, este lago puede parecerse al perfil de un delfín, aunque esa forma solo es visible desde Google Maps. A nivel del suelo, es un lugar apacible y hermoso, ideal para recorrer durante unas horas. 

Nos dirigimos a Tirana, listos para cumplir el primer reto de nuestra ruta: entregar material humanitario a SOS Aldeas Infantiles. Aunque el tráfico ralentiza nuestro avance, al menos podemos sortear los interminables kilómetros de coches que complican la movilidad de los locales. 

Superando infinitos atascos, finalmente llegamos al hotel que reservamos en Shijak, cerca de la turística ciudad de Durrës, donde planeamos descansar un par de noches. 

Por la mañana, liberamos la moto de todo nuestro equipaje y cargamos el material que hemos transportado durante los últimos 2,500 kilómetros para llevarlo a la dirección que nos proporcionaron. Un sinfín de suministros que la empresa GIOTTO nos facilitó. Nos cuenta que trabajan con 30 niños, ayudando a sus familias a superar las difíciles situaciones económicas que enfrentan, y quedamos maravillados por su labor, que ofrece a estas personas una oportunidad de mejorar sus vidas.

Al día siguiente, al dejar el hotel, nos dirigimos hacia el sur con dos objetivos en mente. El primero es ver un hangar de submarinos en la playa de Palermo, al cual no podremos acercarnos por ser zona militar, pero que fotografiamos perfectamente desde la carretera. El segundo, después de pasar la noche en la ciudad de Ksamil, continuaremos hacia uno de los pocos pasos de barca que aún existen en Europa. 

El calor abrasador de estos tramos nos va castigando, obligándonos a detenernos de vez en cuando en la sombra o junto a algún chorro de riego, donde aprovechamos para refrescarnos y sumergir nuestras ropas en el agua fresca que fluye. 

Nuestra siguiente parada, casi inevitable, son los monasterios de Meteora, cerca de la ciudad de Kalambaka. Desde los miradores, despliegan ante nosotros unas vistas impresionantes del paisaje y de los monasterios encaramados en lo alto de imponentes rocas. Pasamos un buen rato absorbiendo la serenidad que este lugar nos transmite. 

 Con la imagen de los monasterios grabada en la memoria, y mientras el sol comienza a descender, recorremos los últimos kilómetros hasta Karditsa, una ciudad situada en el corazón de Grecia. 

Visitaremos el lugar donde tuvo lugar la batalla de las Termópilas y donde hoy se erige un monumento en honor al rey Leónidas I, quien, junto a 300 de sus más aguerridos guerreros, se enfrentó a un ejército de 80.000 invasores. Aunque la geografía del lugar ha cambiado drásticamente y ya no queda rastro de aquel estrecho desfiladero, la epopeya vivida allí resuena aún en los libros de historia y han traspasado a cómics y películas. 

 Nos acercamos al final de nuestra ruta en pareja Estamos llegando a Atenas. La capital griega, que guarda celosamente su encanto en forma de monumentos griegos, romanos y bizantinos. A pesar del deterioro que las distintas invasiones han causado en sus antiguos edificios, Atenas muestra con orgullo su historia, inscrita en cada piedra, columna y arco que permanece en pie. Caminar por sus calles es retroceder 5,000 años en la historia de la humanidad y descubrir cómo vivían en aquella época. Exploramos el barrio de Plaka, la plaza Syntagma, y algunos de los lugares más icónicos y turísticos, para terminar cenando en una terraza con vistas a su monumento más célebre, la Acrópolis y su majestuoso Partenón, que domina el horizonte de la ciudad. 

 Estos son los últimos momentos de este viaje de 3,000 kilómetros que Lidia y yo hemos realizado en moto a través de los países del Adriático. Ahora, ella tomará un avión de regreso a Barcelona, mientras que a mí me tocará desandar el camino en solitario, aunque probablemente tomaré desvíos y rutas diferentes, para poder escribir la segunda parte de este relato: el regreso a casa desde Atenas. 

Agustí Carmona