Agustí Carmona nos cuenta sus anécdotas en su viaje a Uzbekistán

SAMARCANDA (¿por qué viajo en moto?)

Tras meses viajando en moto por Asia, llego a la mítica Samarcanda. Dejo atrás los agotadores días cruzando el desierto del Karakum, que han cubierto mi Suzuki Vstrom 650 de polvo y suciedad. Ahora toca descansar un poco sin depender de la moto. Os cuento lo mucho que significó para mi esta parada y cómo se pueden establecer lazos tan estrechos con alguien que acabas de conocer.

En pleno casco antiguo, encuentro el Hotel Caravan Serali. Un tres estrellas sencillo con un amplio patio donde podré guardar la moto.

Me atiende Aziz, un joven uzbeko de tez morena y rasgos amigables y aunque su inglés es limitado, resulta suficiente para entendernos. Conversando, alargamos el CHECK IN más de lo habitual mientras aprendemos a entendernos. Ya en mi habitación, puedo relajarme con una ducha, dejando atrás el calor y los kilómetros acumulados.

Tras un paseo por el casco antiguo de la ciudad, visitando la plaza de RAJASTHAN con sus tres madrasas,  regreso al hotel a las nueve de la noche y de nuevo coincido con Aziz en la recepción y le pregunto por algún lugar donde cenar. En 20 minutos termina su turno y me propone ir juntos al restaurante de un amigo suyo. Para hacer la espera más amena, saca un tablero de backgammon, y compartimos una partida mientras charlamos.

A las nueve y media, salimos del hotel como dos amigos. Vamos superando los problemas idiomáticos con imaginación y compartiendo la curiosidad mutua por nuestros estilos de vida. En el CAFÉ PUJAB, nos recibe su amigo y tras disfrutar de unos enormes platos de carne a la brasa y cerveza, nos convertimos en amigos del alma.

Aziz me cuenta sobre lo tradicional de la sociedad uzbeka y como quiere casarse en octubre con su novia. Trabaja 12 horas al día, los siete días a la semana para ahorrar ya que ha de ofrecer una dote a la familia de la novia.

Cuando llega la cuenta me sorprende su precio, alrededor de 10 € para todo lo que hemos comido. Aunque Aziz quiere invitarme, le propongo pagar yo la cuenta. Es un pequeño gesto con el pretendo ayudarle con su ahorro nupcial.

Al día siguiente, coincido con su compañero que aunque también es muy simpático, las conversaciones no fluyen de la misma manera y me paso el día turisteando por Samarcanda. Sé que mañana, cuando vuelva a ver a Aziz, será para despedirme de él.

Por la mañana, desayuno y cargo la moto mientras Aziz me espera en la recepción para el Check Out, pero antes coge los dados del backgammon y los lanza sobre el tablero. «¿La última?». Nuevamente me gana la partida, y tras un intenso abrazo, me pide que, por favor, lo mantenga al corriente de mi viaje.

Lo efímero de esa amistad trasciende el momento para convertirse en algo eterno. Un simple recepcionista de hotel fue capaz de recordarme por qué viajo en moto.