Nuestro amigo vstromer Rafa Sanchís nos cuenta su aventura rodeando el Mar Negro con su Suzuki V-Strom

29 Nov 2018

Soy Rafa, un vstromer al que le gusta disfrutar viajando de su Suzuki V-Strom 1000 ¡Os cuento mi aventura en mi último viaje!

Bajo la visera del casco y acelero, por fin llegó el frío y el buen asfalto. La moto despierta de repente y sale disparada hacia la siguiente curva, cuando se acerca freno con fuerza, inclino la moto y entro en la curva sin problemas para volver a acelerar a fondo cuando veo la salida. Sonrío, la moto sigue en forma y yo también.

Llevo algo más de 10.000 km y hacía mucho que no tenía la oportunidad de disfrutar de una buena carretera de curvas, aprovecho la carretera Transalpina en Rumanía para desquitarme, en la cima doy un paseo disfrutando del frío, debo haber pillado el verano más caluroso y sólo las montañas dan tregua.

Las próximas son las Dolomitas con el famoso paso del Stelvio, me espera más frío, más curvas, más paisajes espectacular y además bastante lluvia. Hace un par de días que acabé con el “trabajo» y me quedan algunos días para cruzar Europa de vuelta a casa disfrutando de la moto y de las impecables carreteras europeas.

Empecé el viaje hace casi un par de meses, el objetivo era rodear el mar Negro y documentar fotográficamente sus orillas. Salí tarde desde Valencia y de un tirón me planté en el puerto de Barcelona, después ferry, cruzar Italia y de nuevo ferry. Dos días de dormir tirado en cualquier rincón y de dejar pasar el tiempo mirando el mar. Cruce Albania en una mañana y paré a sacar dinero y comer en Macedonia. El día siguiente cruzaba ya a Bulgaria, el primer país con costa al Mar Negro, el principio real del viaje fotográfico y también las primeras montañas a recorrer con calma.

Crucé la frontera a mediodía, había localizado un pantano rodeado por montañas en Dospat que parecía un buen lugar donde acampar, no estaba muy lejos. A media tarde con algo de lluvia y el sol desaparecido recorría pistas y carreteras reviradas buscando un lugar escondido donde acampar tranquilo, costó un poco, pero acabe localizando un claro tranquilo y perfecto. Amenazado por la oscuridad monté la tienda a la carrera, saqué el hornillo y preparé algo de cenar y cuando al fin me senté a cenar y leer algo, el sol reapareció bajo las nubes, colándose entre los árboles e iluminando el claro durante pocos minutos antes de ponerse definitivamente tras las montañas.

Un momento mágico para mi primera noche de acampada libre, pero iba a durar poco, acabé de cenar y me metí en la tienda, de repente cualquier sonido parecía aumentado, el roce de la hierba contra las lonas, las ramas de los árboles… y cuando estaba suficientemente sugestionado algo empezó a rondar la tienda. Cuando lo escuché rugir, o gemir o ladrar o lo que fuera eso imaginé a un oso asesino, o algo peor. Durante un rato lo escuché recorrer los alrededores en absoluto silencio dentro de la tienda, intentando calcular su posición, poco a poco se fue alejando sin que me hiciese el ánimo de salir a ver que era, seguramente algún pobre perro afónico.

A la mañana siguiente recogí antes del amanecer, rodeado por una niebla espectacular. Encendí la música en el casco y recorrí la montaña bordeando el pantano mientras el sol salía y acababa con la niebla. A media mañana estaba en Plovdiv y el sol y los treinta y muchos grados hacían pensar que desde la niebla fresca y las montañas de las 6 de la mañana habían pasado meses. El calor sofocante me acompañó durante todo el recorrido por el sur de Bulgaria y por mi primer paseo a orillas del mar Negro.

No sé el resto de gente, pero yo paso la mitad de mis viajes en moto escuchando obsesionado en busca de ruidos raros, de posibles fallos de la moto. Durante el viaje tuve muchas horas para escuchar a mi V-Strom y muchas oportunidades para tener problemas. Circulaba muy cargado por carreteras destrozadas, pistas, horas y horas de tráfico lento e incluso tuve un par de caídas (una en pista sin consecuencias y otra en parado que dejó la estribera izquierda doblada). Puse a prueba la moto, allí iba yo y todo cuando tenía en ese momento, un fallo me dejaba parado, con acceso complicado a talleres o piezas, lejos de casa y con tiempo limitado para resolverlo. Por suerte la V Strom 1000, igual que mi antigua 650 se ha mostrado fiable por encima de cualquier otra cosa y esa probablemente es la característica más importante cuando se afronta un viaje de este tipo.

Cuando crucé a Turquía, camino de Estambul el calor seguía siendo sofocante. Llevaba una semana de viaje y estaba impaciente por recoger a Lucía en el aeropuerto y viajar acompañado por unas semanas. Juntos recorrimos Estambul, impresionante a pie e insufrible en moto o coche, cruzamos a Asia y llegamos a la Capadocia. Recorrer con la libertad de la moto los pequeños pueblos de la zona, dejar la moto a pie de carretera y adentrarse en las formaciones rocosas sin nadie más alrededor te hace sentir por momentos un aventurero de los de antes descubriendo solitarios paisajes increíbles.

Las siguientes montañas fueron las que recorren el litoral del Mar Negro en Turquía, las cruzamos bajo la lluvia, por estrechas carreteras con puertos espectaculares y paisajes increíbles. Montañas despobladas de colores rojizos y ocres y gargantas estrechas con pequeños ríos corriendo junto a la carretera. Turquía crece y casi todas las carreteras que recorremos son autovías, nuestra pequeña carretera de montaña también acababa de repente en una autovía construida directamente sobre la playa del Mar Negro. Por ella cruzamos a Georgia, alcanzando el otro extremo del Mar Negro y el ecuador del viaje.

Georgia es un país pequeño, situado entre Europa y Asia y rodeado de imperios, el ruso al norte, el otomano (actual Turquía) al oeste y el Persa (Irán) al este. Durante su historia ha sufrido invasiones de todos ellos, la última de Rusia con las guerras de Abjasia y Osetia del Sur. Aunque pequeño, es un país lleno de contrastes, entramos por Batumi, la capital turística, a orillas de Mar Negro donde los rascacielos crecen sin parar y de ahí en busca de montañas, al Cáucaso. Vamos a la Ata Svanetia, el “corazón” de Georgia, una región encaramada entre picos, accesible por una única carretera y que según los georgianos nunca ha sido conquistada por nadie.

Recorremos la estrecha carretera que serpentea entre los valles y de vez en cuando se anima a acortar por antiguos túneles, seguramente de construcción soviética y que en su mayoría inspiran poca confianza. Junto a la carretera baja un río que de vez en cuando cruzan puentes colgantes, solo algunos cables de acero recubiertos de óxidos y tablones de madera poco fiables sobre los que pasar…

Poco antes de llegar a Mestia vemos las primeras torres Svan, icono de la región y probablemente una de las razones, junto al aislamiento de la zona, que les permitieron no ser dominados por ninguno de sus vecinos nunca. Estas torres relativamente grandes y de planta cuadrada se levantan junto a cada casa, al menos cada casa antigua de la región, desde arriba se pude vigilar, atacar con ventaja a los invasores y en el peor de los casos, refugiarse retirando las escaleras.

Mestia se está convirtiendo en un hormiguero de turistas, las guesthouse crecen en cada esquina y las pequeñas furgonetas 4×4, todas con volante a la izquierda, son el transporte más común. Pero más allá, a unos 40 kilómetros por una pista que según nos habían dicho era complicada, más aún siendo 2 en la moto, está Ushguli, el pueblo habitado más alto de Europa (entre 2086 y 2200 metros sobre el nivel del mar).

La primera mañana recorrimos Mestia, vimos las casas típicas, subimos a una de las típicas torres y paseamos por las montañas más cercanas y después de comer, sin muchas expectativas, decidimos intentar la pista a Ushguli. Los primeros kilómetros están recién hormigonados, así que avanzamos rápido mirando de reojo el reloj, hemos salido tarde y si finalmente llegamos tendremos poco tiempo para volver si queremos hacerlo de día. Cuando llevamos unos diez kilómetros el hormigón desaparece y empieza la tierra, compacta y fácil, que se va alternando con nuevos tramos de hormigón.

Cuando más avanzamos más complicado es renunciar a llegar, pero el camino se complica poco a poco. El hormigón acaba definitivamente y empiezan las zonas en obras donde la tierra ya no es tan compacta y los pequeños riachuelos cruzan la pista. Cuando llegamos a alguno más profundo Lucia baja para cruzar caminando y yo simplemente acelero y confío en que eso de “ante la duda gas” sea cierto. La moto, impecable como siempre, cruza decidida levantando agua y barro a su paso. Aún hay que superar un par de subidas que me asustan de lejos pero que pasamos sin demasiados problemas y un par de horas después de salir, vemos las torres Svan de Ushguli frente a nosotros.

Aquí las casas están muy juntas y las torres tan cerca unas de otras que impresionan aún más que en Mestia.  Recorremos las calles de tierra casi solos, los turistas que hayan venido hoy ya están de vuelta y el silencio y estas calles, inalteradas desde hace cientos de años impresionan. Pero el sol sigue bajando y tenemos un par de horas de vuelta. Al volver vamos con menos miedo, disfrutando las vistas e incluso nos animamos a cruzar varios de los riachuelos sin que Lucia baje de la moto.

Con los últimos rayos del sol llegamos a Mestia, justo a tiempo para tomar una cerveza antes de la cena y celebrar que hemos superado la prueba. Había leído sobre Ushguli y la pista antes de empezar el viaje y conseguir llegar, cuando ya lo había dado por imposible, fue una alegría. De alguna forma estaba la demostración de que, una vez superado el punto más complicado, podíamos enfrentarnos a cualquier otra cosa que nos deparara el viaje.

Tras la Alta Svanetia visitamos Tbilisi, un lugar fantástico donde descansar, comer, hacer turismo y disfrutar de nuevo de todas las comodidades y después de vuelta al Cáucaso, esta vez por la carretera militar georgiana. La recorremos primero juntos, Lucia y yo, para acampar en Stepantsminda.  Pero todo lo bueno se acaba, Lucía vuelve a casa desde Tbilisi y a mí me queda la segunda mitad del viaje. Yo solo enfilo de nuevo la carretera militar, el único paso hacia Rusia desde Georgia, paso de nuevo por Stepantsminda, compro algo de comida, tomo un café y recorro los pocos kilómetros que quedan hasta la frontera. El valle se cierra aún más y las nubes parecen al alcance de la mano, los camiones y los coches están parados y aunque cuando puedo me cuelo entre los coches tardo un par de horas en recorrer los 2 o 3 kilómetros de tierra de nadie y otro par en salir de la frontera.

Rusia, al menos en esta parte es, igual que Ucrania, muy plana, el calor y las enormes distancias me hacen parar a descansar o a comer muchas veces cuando encuentro algún árbol que me de cobijo. Avanzo ahora dedicado al 100% al proyecto fotográfico, buscando lugares interesantes y la luz del atardecer. Recorro pequeños pueblos y descubro la paciencia de la mayoría de los rusos, que repiten en ruso y con gestos mil y una vez las cosas hasta que consigo comprenderlos.  De Rusia cruzo a Ucrania y de ahí a Moldavia, después entro en Rumanía, recorro los últimos kilómetros de la costa de Mar Negro y con varios miles de fotos en el disco duro pongo al fin rumbo a casa.

Llevo un par de días cruzando Rumanía, el calor y el tráfico han sido insoportables, pero hoy toca montaña, me he despertado al pie de la carretera transalpina. Tras desayunar subo a la moto, bajo la visera del casco y acelero, por fin llegó el frío y el buen asfalto. La moto despierta de repente y sale disparada hacia la siguiente curva.

Rafa Sanchís