Os proponemos esta ruta circular que atraviesa algunos de los paisajes más remotos, verdes y espectaculares del norte de la península. Desde los acantilados del Gándara hasta los puertos imposibles de Los Machucos y la bruma de Las Estacas de Trueba, esta jornada concentra todo lo que hace única a Cantabria para los amantes del trail: curvas, puertos, miradores… y silencio.
La ruta arranca en un lugar muy especial: El Jardín de las Magnolias, en Quintana de Soba. Aquí empiezan (literalmente) los valles interiores de Cantabria. Es un rincón perfecto para dormir la noche anterior y empezar temprano con la moto descansada.
Los primeros kilómetros ya anuncian lo que vendrá: carretera sinuosa, sin tráfico, encajonada entre montañas. Antes de darte cuenta, habrás alcanzado el Mirador del Gándara, uno de los balcones naturales más impresionantes de la zona. Si la niebla lo permite, verás la caída del río en forma de cascada y un valle que parece sacado de una postal.
Desde allí, se toma una carretera preciosa hacia el Nacimiento del río Asón, otro de esos lugares mágicos que solo Cantabria puede ofrecer. La carretera es estrecha, pero perfectamente asfaltada. La vegetación te abraza en cada curva.
El salto de agua que forma el nacimiento es visible desde la carretera, aunque recomendamos hacer una breve parada y caminar unos minutos hasta la base. Sentir el agua brotar desde una pared de roca vertical es algo que se queda grabado.
La ruta continúa hacia el norte, pero pronto gira hacia el interior de nuevo, en busca del valle de Matienzo. Aquí la sensación es otra: parece que has cruzado un portal hacia un Cantabria secreto, donde las casas de piedra salpican un paisaje de prados infinitos, pastos altos y ganado tranquilo.
Matienzo es el lugar perfecto para parar unos minutos, quitarse el casco y respirar. Pocos viajeros llegan hasta aquí, y eso se nota.
Tras cruzar Entrambasaguas por carreteras locales de buen firme, llega el plato fuerte del día: el Puerto de Los Machucos. Este paso de montaña es uno de los más duros (y hermosos) del norte. Con rampas que superan el 18% y curvas que parecen pensadas para bicicletas de La Vuelta, es un verdadero test para cualquier motociclista… y una delicia para la V-Strom, que responde con aplomo incluso en las subidas más exigentes.
Es recomendable hacer una breve parada en el alto y disfrutar del paisaje, entre brumas, caballos salvajes y esa sensación de estar en lo más alto de todo.
Después del descenso (ojo, con precaución), nos dirigimos hacia el Restaurante El Cruce, en una ubicación estratégica para los moteros que recorren esta zona. Aquí puedes comer menú casero, reponer fuerzas y revisar la ruta antes de seguir.
Desde El Cruce, la ruta vuelve a elevarse hacia uno de los puertos míticos de los Valles Pasiegos: Las Estacas de Trueba. La subida es larga, progresiva y muy panorámica. Cada curva abre el horizonte un poco más. El paso, a más de 1.100 metros de altitud, ofrece una vista inolvidable del relieve cántabro y burgalés.
Aquí, incluso en verano, puedes encontrarte con bancos de niebla o viento fuerte. Recomendamos llevar siempre una capa térmica o cortavientos, y no confiarse con el tiempo.
El descenso hacia Vega de Pas es suave, entre hayedos y prados salpicados de cabañas pasiegas. Desde ahí, en pocos kilómetros se cierra el bucle para regresar a El Jardín de las Magnolias, donde espera un merecido descanso y, si te animas, otra noche en pleno corazón de Cantabria.
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